Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya (Juan 16.7).
¿En qué sentido podía ser una ventaja para los discípulos que Jesús los dejara? ¿Qué pudo haber querido decir Jesús? Habían compartido tres años maravillosos con él.
¡Si tan sólo hubiéramos podido estar con Jesús!, pensamos con envidia. ¡Si tan sólo hubiéramos podido observarlo dando de comer a los hambrientos, sanando a los enfermos, resucitando a los muertos!
Pues bien, los apóstoles tenían por lo menos dos desventajas importantes:
La primera: mientras Jesús estaba con ellos en la Tierra, su presencia se limitaba a un lugar. A veces estaban
separados entre sí, por ejemplo cuando estaban en el barco y él estaba orando en la montaña. No podían disfrutar de una comunión ininterrumpida con él. Permítame actualizar a Henry Drummond, el autor y evangelista escocés del siglo XIX:
“Supongamos que Jesús todavía estuviera en Jerusalén. Todos los barcos y todos los aviones estarían colmados de peregrinos cristianos. Supongamos que usted fuera uno de ellos. Con mucha dificultad,
aterriza allí. Pero los caminos están congestionados. Entre usted y Jerusalén se prolonga una masa oscura de personas ansiosas. Usted ha venido a ver a Jesús, pero nunca logrará verlo. Para evitar precisamente esa frustración, Jesús se fue y envió al Espíritu Santo para ocupar su lugar. Lo que el Espíritu Santo hizo fue universalizar la presencia de Jesús y hacerlo accesible a todas las personas en todo lugar.
La segunda desventaja de los apóstoles era que mientras Jesús estaba con ellos en la Tierra, su presencia no sólo era local sino también exterior. No podía entrar en su personalidad o transformarlos desde dentro, llegar a la fuente de sus pensamientos, sus motivaciones, sus deseos. Pero más adelante sí podría hacerlo porque, dijo Jesús refiriéndose al Espíritu Santo, ‘mora con vosotros, y estará en vosotros’ (14.17). Es decir que el Espíritu Santo internalizaría la presencia de Jesús para que Cristo more en nuestros corazones y nos transforme a su semejanza. Por eso, para nosotros es una gran ventaja que Jesús se haya ido y en su lugar el Espíritu Santo haya venido.
El Espíritu Santo ha permitido que la presencia de Jesús no sea local sino universal, ya no externa sino interna.
¿En qué sentido podía ser una ventaja para los discípulos que Jesús los dejara? ¿Qué pudo haber querido decir Jesús? Habían compartido tres años maravillosos con él.
¡Si tan sólo hubiéramos podido estar con Jesús!, pensamos con envidia. ¡Si tan sólo hubiéramos podido observarlo dando de comer a los hambrientos, sanando a los enfermos, resucitando a los muertos!
Pues bien, los apóstoles tenían por lo menos dos desventajas importantes:
La primera: mientras Jesús estaba con ellos en la Tierra, su presencia se limitaba a un lugar. A veces estaban
separados entre sí, por ejemplo cuando estaban en el barco y él estaba orando en la montaña. No podían disfrutar de una comunión ininterrumpida con él. Permítame actualizar a Henry Drummond, el autor y evangelista escocés del siglo XIX:
“Supongamos que Jesús todavía estuviera en Jerusalén. Todos los barcos y todos los aviones estarían colmados de peregrinos cristianos. Supongamos que usted fuera uno de ellos. Con mucha dificultad,
aterriza allí. Pero los caminos están congestionados. Entre usted y Jerusalén se prolonga una masa oscura de personas ansiosas. Usted ha venido a ver a Jesús, pero nunca logrará verlo. Para evitar precisamente esa frustración, Jesús se fue y envió al Espíritu Santo para ocupar su lugar. Lo que el Espíritu Santo hizo fue universalizar la presencia de Jesús y hacerlo accesible a todas las personas en todo lugar.
La segunda desventaja de los apóstoles era que mientras Jesús estaba con ellos en la Tierra, su presencia no sólo era local sino también exterior. No podía entrar en su personalidad o transformarlos desde dentro, llegar a la fuente de sus pensamientos, sus motivaciones, sus deseos. Pero más adelante sí podría hacerlo porque, dijo Jesús refiriéndose al Espíritu Santo, ‘mora con vosotros, y estará en vosotros’ (14.17). Es decir que el Espíritu Santo internalizaría la presencia de Jesús para que Cristo more en nuestros corazones y nos transforme a su semejanza. Por eso, para nosotros es una gran ventaja que Jesús se haya ido y en su lugar el Espíritu Santo haya venido.
El Espíritu Santo ha permitido que la presencia de Jesús no sea local sino universal, ya no externa sino interna.
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